Introducción
A través de la historia se ha intentado distintas estrategias para la buena crianza de los niños. Éstas se han categorizado como modelos de crianza analizables como un continuo desde el estilo autoritario, incluyendo los castigos físicos, pasando por los estilos democrático, permisivo, indiferente caracterizado por el rechazo y abandono, el modelo permisivo – democrático – indulgente o laisser-faire, donde se hace énfasis en los aspectos afectivos, pero con baja orientación conductual (1).
En el caso de los castigos físicos, existe extensa bibliografía que da cuenta de su ineficacia y de las consecuencias negativas que produce (2)(3), siendo actualmente considerado maltrato infantil y, en algunos casos de mayor gravedad, delito.
Considerando todas estas propuestas, en la práctica clínica se puede ver que ningún modelo es completamente satisfactorio, lo cual parece razonable si se considera que, al igual que los adultos, cada niño es único e irrepetible, que está inserto en un entorno y una familia particular.
Se considera fundamental que los cambios en el comportamiento no se consiguen sólo a partir del castigo o la sanción, sino que deben incorporar estrategias de cariño, contención y cuidado (3), además de considerar las características biológicas del niño, tales como el desarrollo cognitivo, patologías de base, teniendo en cuenta la familia y el entorno donde está inserto. Por tanto, pareciera más preciso referirse a una modificación conductual – relacional, que sólo al área de comportamiento.
Otro elemento esencial requerido para implementar las buenas prácticas de crianza son la persistencia en el tiempo, es decir, que con sólo un ejercicio de cambio no será suficiente para mantener o modificar una conducta a lo largo del tiempo.
Causas de los problemas de conducta
Las causas de las dificultades del comportamiento son variadas, a continuación se mencionan algunas de
ellas, las que deben tenerse en consideración al momento de planificar una propuesta de intervención conductual.
Biológicas. El lóbulo frontal es la zona cerebral más importante del encéfalo si se considera que allí radican circuitos neuronales encargados de funciones que diferencian a los seres humanos de los animales. Allí se localizan están las funciones ejecutivas, que incluyen el control de impulsos, generación y evaluación de estrategias de resolución de conflictos, desarrollo social, y juicio moral, entre otras (4), habilidades que son consideradas básicas y esenciales para el logro de la conducta adaptativa. El desarrollo de esta zona es crítica durante los primeros cinco años de vida y, depende de factores genéticos y medioambientales (5). Por tanto, patologías que afecten esta área del cerebro como por ejemplo el Trastorno por déficit atencional (TDAH), o lesiones que afecten esta área; tendrán repercusiones en la conducta del niño o adolescente.
Si ello se asocia a déficit cognitivo, esto también puede provocar alteraciones conductuales o complejizar su manejo.
Sumado a estos factores biológicos, estudios han llamado la atención acerca de genes involucrados en conducta violenta lo que mostraría una predisposición genética hacia la violencia (6).
Problemas psicológicos. Estudios en psicopatología infantojuvenil han mostrado que los problemas de comportamiento pueden enmascarar cuadros tales como trastornos adaptativos y afectivos, además de tener una alta comorbilidad con los trastornos de conducta (7). Por tanto, es relevante profundizar en la historia si el niño ha tenido cambios importantes desde que empezaron las dificultades del comportamiento, tales como, duelos, experiencias de maltrato escolar, separación de los padres, hospitalizaciones, etc., y/o hacer diagnóstico diferencial con otras patologías psicológicas.
Familia y entorno. Dentro de las causas de los problemas de conducta, la más frecuente tiene relación con pautas de manejo familiar desadaptativas (8); determinando la gravedad de la disfunción familiar, la intensidad del problema de conducta. Se pueden señalar como causas de conflictos de comportamiento:
- Padres que no se ponen de acuerdo en el estilo de crianza y se desautorizan constantemente.
- Padres con problemas conyugales que triangularían, o pondrían al medio de sus conflictos al niño, quien recibiría mensajes confusos sobre lo que se espera de sí.
- Familias transgeneracionales, donde abuelos están al cuidado de los niños mientras los padres trabajan o estudian, se pueden producir problemas respecto a quien es el que manda en la familia (9), pudiendo los abuelos llegar a desautorizar a los padres, generando en el niño confusión y, la constatación que sus acciones no tienen consecuencias.
- Familias multiproblemáticas: esta denominación define a las familias en contextos de riesgo social, marginación, deprivación sociocultural sumado a que varios de sus miembros tienen problemas particulares como patologías médicas, consumo de drogas, actividades delictuales, entre otros (10). Al vivir en un entorno de alta complejidad, los niños y adolescentes presentan conductas desadaptativas.
- Entornos atípicos como el caso de niños institucionalizados. Los niños que viven en hogares presentarían problemas de conducta que tendrían como origen el desarraigo familiar, el maltrato entre compañeros e institucional (11).
- Exposición a situaciones estresantes. Los niños que han sido o están expuestos a estímulos estresantes tales como violencia intrafamilia, abusos sexuales, bullying, maltrato escolar, violencia política o eventos medioambientales críticos (terremotos, inundaciones) pueden presentar dificultades en las conductas como forma de expresión y canalización del conflicto interno (6).
Estrategias de manejo conductual relacional.
Para sugerir y aplicar estrategias de modificación conductual, es importante considerar las necesidades y características de los niños según edad, además de los factores mencionados. Si bien, no resulta fácil dar “recetas” de manejo conductual, a continuación se presentan algunas estrategias que pueden
ser de utilidad y que han sido propuestas por varios autores dentro de los que destacan Carlos Almonte (8) y Neva Milicic (12). Estas estrategias consideran el estadio del desarrollo del niño y la experiencia clínica en la atención infanto-juvenil de los autores.
Es fundamental tener en cuenta que al implementar estas pautas de crianza se deben ser constantes y perseverar en el tiempo. En la Tabla 1, se señalan medidas generales para el manejo conductual de los niños.
Pre-escolar: Esta etapa es fundamental para el desarrollo cerebral, por tanto el establecimiento de normas y límites debe comenzar a esta edad, lo cual facilitará el manejo posterior por cuanto el niño crecerá en un entorno consecuente.
Para que el desarrollo psicológico de un niño ocurra adecuadamente es imprescindible el afecto (13), por tanto al mismo tiempo que se imponen las normas, se debe tener espacio afectivo, habitualmente lúdico con el niño. Sobre la base de este concepto surge la primera regla esencial en el manejo de un niño: “jugar con él, al mismo tiempo de abrazarlo, expresarle afecto, y reforzar conductas positivas”. Ello contribuirá a fortalecer el vínculo con el niño y facilitará el manejo, evitando centrarse como medio de refuerzo en los bienes materiales. Algunas sugerencias específicas para padres de pre-escolares se describen en la Tabla 2.
Escolar: En esta etapa el desarrollo está centrado en la adquisición y perfeccionamiento de nuevas habilidades: es el tiempo del aprendizaje. Los niños tienden a ser concretos y, necesitar horarios, normas y límites claros, poder evaluar las consecuencias de sus acciones y, a partir de eso, formular un plan de acción (14). A esta edad, los niños también requieren de un espacio de goce familiar, donde estén presentes actividades como juegos y comidas compartidas. No parece recomendable focalizar todo el tiempo con los hijos en las tareas escolares o en los deberes, siendo conveniente alternar estas actividades con los tiempos de juego, el reconocimiento de aspectos personales positivos y de la unicidad del niño (13). Por otra parte, es recomendable enfatizar la noción de un bien común como consecuencia positiva de un buen comportamiento, es decir el “portarse bien” no debe ser ejercido solamente para evitar el castigo u obtener un refuerzo material, sino que debe orientarse a las necesidades comunes de empatía y solidaridad (15).
Una consideración específica en el manejo con el niño en edad escolar, es no tener discusiones interminables con el niño, puesto que en general, los niños entienden la segunda vez que se les repite algo.
Adolescencia. En el adolescente se producen grandes cambios en el desarrollo cerebral: aumento de las sinapsis, conexiones entre neuronas y el proceso de mielinización especialmente en el lóbulo frontal (5), el proceso del pensamiento cambia de concreto a abstracto (16) y, el joven comienza a cuestionarse normas, límites, valores, lo cual es normal y saludable para la configuración de la identidad.
En esta etapa, se requiere de paciencia y flexibilidad para adaptarse a los cambios de los hijos, pero manteniendo un marco de normas básicas claro, ya que estos límites contribuyen al desarrollo de la personalidad de los adolescentes. Si bien, se mantienen algunas de las recomendaciones generales, se recomienda flexibilizar las estrategias de manejo, las que se muestran en la Tabla 3.
En suma, los problemas de conducta pueden tener variadas causas, las que resulta necesario conocer para poder realizar una intervención adecuada a las necesidades del niño y su familia. Del mismo modo, se pueden sugerir pautas generales de manejo, siempre y cuando se hayan descartado patologías que afecten profundamente el desarrollo mental del niño.
Varios autores han descrito estrategias básicas en la educación e implementación de normas y límites, enfatizando la importancia de generar vínculos estables y amorosos con los niños como base de la relación materno y paterno-filial.
Referencias
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